EL NUEVO ESTADO
(ESBOZO DE ODIOS)
(ESBOZO DE ODIOS)
Me
he encontrado tus lágrimas en una lata llena de moho. Estaba en un armario
viejo y alcanforado. En ocasiones hicimos el amor en la mesa desvencijada que
hay entrando a la cocina.
Tu silencio después de hacerlo
era algo más que explícito. Ciertamente acusador diría yo. Me exigías más de
hora y media de adoración. Y yo solo podía chisporrotear velozmente como la
madera seca que ardía en la chimenea que tu madre tenía en la vieja casucha de
la afueras.
Solemos creernos más importantes
que esta guerra que provocamos.
Ya no nos importan los miembros
sangrantes de los heridos. No nos importa el sufrimiento, ni los sueños que
ahogamos en sangre. La Arcadia que imagino el líder no nos sonaba a Orwell ni a
Bradbury porque no los leímos. Nos sonaban a la mierda que vomitaba la
televisión a todas horas. Nos hacía entrecerrar los ojos y crepitar ansias
hacia adentro. Saltaban y aparecían los fusiles para lanzar fuegos artificiales
de días mejores. Allí nos sacudíamos pesados yugos que nacían y agonizaban en
nuestra imaginación de enfants terribles.
La última vez que nos besamos la
boca nos sabía a humo.
En las principales autopistas de
peaje se hacinaban miles de vehículos en éxodo bíblico. Los prohombres del
régimen brindaban con champán de la tierra. Y escupían bilis que se convertía
en el nuevo rocío mediático. Amanecer de la nueva Tierra Prometida.
Pero después de ese último beso
llegaron los empujones. Las noches desveladas. Llegaron los uniformes
improvisados y las paredes derrumbadas. El olor a quirófano en la calle. El
crujido de los dientes que se parten allí dónde la gente había visto enormes
partidos de fútbol. En el córner de las estrellas donde ahora se posaba un nido
de ametralladoras sobrecalentado.
Avanzamos a hurtadillas tras la
voz poco épica de un capitán de fusileros voluntarios (voluntarios so pena de
muerte del consejo de guerra). Ordena “al suelo” y “atentos” con una voz
afeminada muy poco marcial.
Le gustan bastante más las pollas
que las ametralladoras. Yo preferiría estar en los viejos burdeles de los
barrios del casco antiguo. Al menos dormiría calentito y comería pescado del
puerto.
Ya nada es lo soñado. Lo soñado
se ha enfangado. Todo ha muerto en la avaricia intensa de los hombres orondos
que nos empujaron al acantilado.
Los hombros me pesan. Tus pechos
perfectos. Tus labios. Me ahogan. Me hunden en la nostalgia de los tiempos
pasados. De los tiempos fusilados por imperativo de las nuevas leyes. De este
nuevo estado aciago que se alimenta de los odios y de la calidez de la sangre
que se derrama, se enrosca y se mezcla con las lágrimas en malicioso y excelso
cocktail.
Me recuesto tras la barricada
húmeda con el dulzón aroma de la pólvora llenándome los pulmones. Hombres
inútiles que no quieren amar. Hombres que olvidaron el juntos por el
egoísmo personal detrás de un fusil calado con su bayoneta. Afiladísima.
Reluciente. Cortante.
De la tierra se eleva el polvo y
el dolor. Por la noche todo el mundo musita palabras de reproche que se
sumergen en alcohol barato para espesar los odios antiguos. Entelequias que se
van durmiendo.
Me quedo tumbado de costado.
Mirando a una cocinera de pechos generosos. Yo sí que odio a los que vinieron
de arriba echando mierda a los que soñábamos en paz. Solo quiero empujar a la
cocinera y llenarle el alma de besos, de saliva dulzona, de amor desquiciado.
Es la única respuesta para suicidar la megalomanía estúpida de los dueños de
las mentiras.
Pegarme un tiro en la cabeza y
esparcir mis sesos por los malditos rincones de esta maldita tierra de
ególatras que se creen dioses.
Hoy se pone el sol. Que nadie os
venda paraísos multiformes porque solo existen aquellos que vuestra eléctrica
cadencia cerebral haga suyos.
Hoy se pone el sol por la mañana.
La cocinera se reprieta los
senos. No le aguantaría ni un asalto. Pero sería el sexo de mejor calidad de mi
corta vida. Lleno del sentimiento de crear entre tanta destrucción.
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